“Átame”, me dijiste.
“Pero
yo te quiero libre”, respondí.
y
te hice un nudo resbaladizo
alrededor
del cuello
que
se desvaneció entre tus labios.
y
curiosamente no lo aceptaste,
porque
la libertad duele, amor, y
tú
necesitabas a alguien
que
no te dejara caer desde donde estabas suspendida.
Te
diste cuenta de que no era un príncipe
y
de que no dominaba la técnica de los nudos,
que
sólo pretendía besarte
para
que todo, por fin, se derrumbara.
Te
quise sin mordaza,
sin
certezas,
y esa
fue mi derrota.
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